lunes, 3 de octubre de 2011

Mal de escuela





Se contemplaba en todas partes la visión del fracaso en algunos rostros callejeros, el rostro de la incertidumbre y del no saber cómo acabará todo. Quizá una visión demasiado turbulenta que atoraba la realidad, la distorsionaba y de ella se resguardaba aquel joven. . Sentir el deseo de que la noche sea su guarida, sabiendo que es el momento en el cual sus preocupaciones se marchitan para convertirse en sueños, sueños que a menudo eran pesadillas, pero preferibles a la realidad que le rodeaba, pronto aprendió a controlar mejor sus sueños que los fracasos matutinos. En el libro de Pennac, se marca en un párrafo ese deseo nocturno de huir de la realidad, que tantos recuerdos ha traído.

En algún momento de su vida estudiantil, ha recibido algunas miradas juiciosas, tras algún comentario respecto a su futuro, a lo que deseaba, incluso a lo que ya había conseguido, esos rostros le indicaban la dificultad que veían que, un alumno como él, consiguiera lo que se proponía. Probablemente sus reacciones no respondían a ello conscientemente, sin embargo hablaban por sí solas del pensamiento que guardaban respecto a su alumno. Él recuerda algunas...

Es increíble ver como Daniel Pennac da una visión tan exacta de las frases típicas que él mismo vivió en su infancia hace ya sesenta años más o menos, y como éstas mismas han hecho mella en cada mal recuerdo de una infancia un tanto complicada.

Los profesores le miran ya no sabe si con desprecio, con duda o con incertidumbre, se atrevería a decir que un poco de todas. Una vez, sólo una vez, recuerda que alguien preguntó, ¿qué te pasa?, ¿por qué no haces los deberes?, y el joven tan sorprendido por la pregunta respondió como siempre lo hacía cuando no sabía muy bien la respuesta, aunque antes se tomó el tiempo justo para almacenar aquel primer acercamiento de un profesor, que jamás antes había experimentado, y finalmente respondió: no sé.... Exactamente igual que describe Pennac en sus páginas. Lástima que después de esa respuesta no hubiese una continuación de la conversación y todo terminase con un nuevo comienzo de la rutina diaria, como si el joven no hiciese los deberes "adrede", idéntico a lo que describe la bibliografía. La vida de Daniel Pennac le recordaba tanto a si mismo... que hasta sintió una gota de alivio al saber que alguien había llegado tan alto desde un pasado tan cercano al suyo. Y es que a veces el "zopenco" le persigue con sus mayores miedos.

Desde su punto de vista y bajo su experiencia personal, el joven, ya habiendo experimentado un cambio radical y habiendo visto como subía y otros, que parecían estar tan altos, se quedaban atrás, medita sobre cuáles pudieron ser las causas de que, por ejemplo Pennac, tuviese tan mal comienzo en su infancia. Se atrevería a decir, desde su propia experiencia y desde la lectura de la bibliografía del autor, que en sus primeros fracasos escolares hubo poca o más bien ninguna comunicación entre sus padres y él, por algunos comentarios que surgen a lo largo del libro. Ello recuerda al joven que, en su caso, y tras una primaria con disgustos y mal estar, tuvo la suerte de contar con su madre, que durante el trabajo de años y años se dedicó a él para inculcarle la responsabilidad y la importancia de una formación. Años le costó comprender la idea tan abstracta y complicada de la importancia del saber, pero con el tiempo fue asimilando esa parte. Ahora sólo quedaba la más difícil de todas: aprobar las asignaturas, que por el momento, no entendía. Cada parte del libro, cada capítulo, reflejaba un recuerdo cargado de sentimientos de su propio pasado, de su propio reflejo; profesores más centrados en "buscar un culpable que dar soluciones", "una universidad que forma exactamente lo que su sistema desea", un "pasar la pelota" por tener una mala base y así conceptos, ideas, recuerdos de un pasado actual idéntico a un pasado de hace sesenta años. El joven lo tiene claro, es un problema que siempre ha habido, desde que los profesores son profesores y los alumnos alumnos, y que por tanto da a entender que siempre estará ahí y por tanto siempre se requerirán profesores como Daniel Pennac, profesores que estén presentes en las clases, que se preocupen y se esfuercen en motivar a sus alumnos, que recuerden que son personas que necesitan más comprensión que cualquier otra cosa, que necesitan "amor", tal y como se describe en el último capítulo " lo que quiere decir amar".

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho como habés mezclado las palabras de Pennac con las vuestras, como habéis metabolizado su lectura. Si no habéis llegado al final, id directamente a buscar la metáfora de las golondrinas aturdidas y metabolizadla.

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  2. El profesor observa la partida incesante de cada año hacia el gran sur que se extiende en sus horizontes. Miles de alas buscando el camino que les lleve al final de una vida para dar comienzo a otra. Se remueve en su interior la visión de su propia existencia y de las que tiene a su cargo. Él llegó al sur hace mucho tiempo, y ahora los que están en camino deben ser conducidos hacia el suyo propio. Algunas de las aladas pierden el rumbo y caen aturdidas por el golpe que las arrastra hacia el fracaso de su intento, por suerte, una mano las recoge, y pacientemente, espera a que recupere su visión para en el momento adecuado soltarla...¡ya está volando por si sola de nuevo!. Su pasado le saluda, sabe que fue golondrina hacia el sur, y ahora es la mano que recoge a los extraviados.

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